VIII


Hemos discutido sobre la cita de Leibniz del otro día. “Si cualquier personaje, o suceso, de una novela, es imaginable clara y distintamente” comenzó Dante “entonces tienen para Leibniz una existencia más allá del libro, como seres posibles cuya existencia sería posible en otro mundo distinto de este”. Yo repliqué que podían concebirse como meras posibilidades de la imaginación del autor. “En cualquier caso, al menos para Leibniz, se niega que sean imaginaciones creadas por el autor: si el autor las concibe es porque Dios las concibe como posibles. La creación sólo le pertenece a él” siguió. Critiqué: podría tratarse de una reflexión del autor sobre las percepciones que este mundo le ofrece. Me contesto con algo de acierto, no recuerdo qué.

Para resumir: acabé aceptando que no podían ser creaciones del autor, pero me negué a aceptar que fueran creaciones de Dios. Dante se mantuvo, para variar, en sus trece: las novelas eran mundos posibles cuya existencia estaba dada en Dios, y los autores no creaban, sino que encontraban esas posibilidades, no estoy muy seguro de que llegase a este extremo y, sin embargo, lo diré: a pesar de Dios. “La literatura, puesta así, sería una especie de encuentro entre mundos, en el que, a pesar de todo, no llegan a colisionar, pues uno de esos mundos no tiene con qué. Es un fantasma. Pero no por eso deja de actuar a su manera. En cada mundo posible traído a colación por la literatura se desrealiza el mundo en que vivimos”.

Por mi parte, creo que acabé defendiendo que se trataban de posibilidades de segundo orden insertas en los escritores, y contempladas de alguna manera en Dios. Y que, en todo caso, lo que acababa desrealizándose era el autor. Serían posibilidades ineficaces, que no se realizan en el mundo, sino sólo en la cabeza de los autores, y tal vez en las de los lectores. “Todos tus escritores” me contestó Dante “serían melancólicos”. “Puede ser” respondí, ya ostensiblemente cansado de la disputa. Al fin y al cabo, daba un poco igual. Creo recordar que en la filosofía de Leibniz no son separables mundo e individuos. Por lo que, incluso aceptando mi postura, Dante seguiría teniendo razón: si se desrealizaran los autores, el mundo también se desrealizaría en los autores.

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