XIV
Hoy he releído Emma Zunz. Es un gigantesco teatro de máscaras. Borges traza un perverso juego de identidades, equivalencias y desplazamientos. Casi da vértigo. Emma Zunz busca vengar la desgracia de su padre, asesinando al empresario Loewenthal, y en su plan se somete a una serie de disfraces y transformaciones, hace de prostituta con un marinero sueco para luego hacer de virgen violada ante Loewenthal, y luego hará de delatora y víctima ante la policía para sostener la verdad de la ficción. Pero es su cuerpo el que se disfraza, encarnando el sufrimiento de todo el relato: el de la incriminación del padre a cargo de Loewenthal se encarnará en la violación del sueco; el de la violación del sueco en el culposo asesinato de Loewenthal, en una venganza cuya intencionalidad se ha permutado y apunta ahora a su padre; el de la culpabilidad del asesinato en el pudor herido de la confesión de haber sido violada a la policía. También existen permutaciones y equivalencias en los hombres que forman parte, directa o indirectamente, del crimen narrado. Pero estas suceden en el sufrimiento de Emma. Es un poco dostoievskyano: Emma Zunz sufre de forma parecida a como sufre Raskolnikov en Crimen y Castigo. Pero, curiosamente, en Raskolnikov el sufrimiento es la prueba de la culpabilidad, que se libera en la confesión, y en Emma Zunz el sufrimiento es la prueba de su inocencia, que garantiza la coartada. Máscara tras máscara. Y esto es, nos dice Borges, porque la afrenta es casi la misma (la violación), la cometiera el marinero o el empresario: todo en la historia que cuenta la asesina ante los policías es verdadero y “sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”. Y quizás lo que dice el narrador de Borges sea verdaderamente atinado: desde el punto de vista del pudor, no importa quien cometiera la afrenta. Lo que importa es que esta no sea puesta en duda; de lo contrario sería puesto en duda el propio pudor. Pero también: sufrimiento y cuerpo serían un mismo signo, una misma marca, la del cuerpo profanado. Sobre este cuerpo no operarían los disfraces ni las metáforas ni los desplazamientos que vive Emma Zunz. Ni siquiera el más elemental: que su cuerpo pueda encarnar el sufrimiento. Por lo que a lo mejor es necesario que el pudor escamotee la razón corporal al sufrimiento. Para que el crimen sea venganza y, aún más que venganza: que sea expiación.
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