I

 

“No sabemos leer.” Me miraba un tanto extrañado. Estábamos rodeados de libros. “No sabemos leer.” Repetí con énfasis. Me sorprendió mi determinación; por un instante me sentí como una suerte de paradoja imbécil. Dante bajó el cigarrillo. “¿Cómo que no sabemos leer?”. Dijo incrédulo. “Eso, que no sabemos leer. Leemos, pero no sabemos”.

Dante tenía a veces esas miradas de condescendencia que hacían honor a su nombre, justo cuando iba a proferir una verdad elemental y reducirlo a uno a algún círculo del infierno. Dejó reposar unos segundos sus palabras en el silencio. “Pues justamente por eso leemos” aseveró al fin. Apenas alcancé a balbucear, a modo de respuesta, la pregunta de cómo era entonces posible que leyéramos. “Sartre tampoco sabía leer y eso no le impidió ser un lector empedernido” despachó con indiferencia.

***

Se me olvidó, en mi azoramiento, explicar aquello a lo que me refería exactamente. Por azar, encontré aquella mañana un artículo, misma mañana en que me dio por comenzar una relectura de El Aleph, comenzando por El inmortal (casualmente, creo que la autora del artículo lo calificaba como el más bello cuento de Borges). En el artículo se desgajaban las citas secretas que Borges tramaba en sus cuentos.  Comprobé cómo había pasado de largo, tan solo unos instantes atrás, por ese Cartaphilus “desnudo en la ignorada arena” (El Aleph, 15), que no era otro que aquel “nudus in ignota, Palinute, iacebis harena” (Eneida, V, 871). Hube de sacar la Eneida y confirmar cómo Eneas, en los últimos dos versos del canto V, llora a Palinuro, timonel del barco, que ha sido seducido por el Sueño y atrapado por las plácidas olas, mientras reconduce el barco a fin de no encallar en los peñones en que moran las Sirenas. Verso en verdad distante en su sentido a las palabras de Borges: para Eneas, las arenas son ciertamente ignotas, puesto que no sabe dónde acabará el cuerpo del lamentado Palinuro; para el narrador de Borges (Cartaphilus) las arenas no son lo ignorado, sino que lo son los trogloditas, ignorados por él mismo o acaso por las mismísimas arenas, o bien es Cartaphilus el ignorado, aquel Cartaphilus que es narrado por un Cartaphilus muy posterior, en el que ya no se reconoce. De cualquier manera, se da una hipálage en esas pocas líneas; y, de cualquier manera, tanto el verso de Virgilio como la cita de Borges tenían una belleza que ignoré o me ignoró, por la que pasé de largo o que me pasó de largo; que no quiso hablarme, en fin, y que sólo encontré, por azar, en su referencia mutua, leyendo aquel artículo aquella mañana que olvidé mencionar en mi conversación con Dante.


Comentarios

Entradas populares de este blog

VIII

XXVI

XIV