II
El olvido es una especie de pobreza. O la pobreza es un tipo de olvido. Vaya a saber uno cuál es cuál. Porque el olvido es un modo de la pobreza: cuando me vuelvo pobre, voy olvidando ciertas dignidades, o posibilidades que tenía cuando no lo era. Olvido sabores, placeres, incluso ciertos respetos que en otra situación reclamaría. Claro que esto sólo es así cuando alguna vez no se ha sido pobre. Quién sabe si Oliver Twist guardó el recuerdo, inconsciente y fragmentario, de unas manos maternales sosteniéndolo, en esos pocos segundos en los que Dickens declara que el recién nacido no es ni rico ni pobre, hasta que se lo despoja de su desnudez y se le aplica el sayo. Hay que reconocer que se trata de una imagen un tanto libresca. Pero la pobreza también podría ser un tipo de olvido. Cuenta Ollivier (La comuna de París) que las grandes dificultades económicas que la Comuna atravesó se debían a un simple olvido: los bancos parisinos, que no querían ofrecerle créditos al gobierno revolucionario, tenían sin embargo en sus cajas fuertes las reservas que la Comuna necesitaba tan urgentemente. La Comuna olvidó que podía expropiar ese dinero.
Le
conté a Dante estas dudas. Pareció inclinarse más por la segunda hipótesis.
Dijo que habría que reducir entonces toda la cuestión de la pobreza a los tipos
de barbarie que pudiesen existir. Para Dante, no era la misma barbarie la del
mogol que invade China que aquella que cuenta Montaigne en alguna parte de sus
ensayos, de hombres que en época de hambruna se comían vivos a sus conciudadanos,
o la nuestra, que según él consiste en ser una especie de desheredados. A las
barbaries se las podía clasificar. Estuvo un rato largo hablando de las
diferentes especies de barbarie, de sus grados y sus diversos rostros y
arquetipos. Pregunté finalmente si para él los bárbaros eran aquellos que no
tenían historia. “Tienen historia” me respondió “pero la tienen como cifrada en
objetos de los que no alcanzan a comprender del todo su significado”. Pensé en
esas vasijas japonesas de colores profundos. “Es como si uno viviera entre
ruinas con inscripciones en idiomas que no conoce; o como si uno fuera
sacerdote en un templo que antes hubiera pertenecido a otras religiones. O como
aquellos nobles que han olvidado la razón de su título nobiliario...” Dante
paró en seco en ese momento. Refunfuñó y negó con la cabeza. “¿Pero esto que
tiene que ver con la literatura?”. Yo me encogí de hombros. No supe que
responder.
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