III

 Nuestras charlas giran principalmente en torno a la literatura, bien que en ocasiones viran hacia la filosofía y, más raramente, hacia la política. Dante se considera a sí mismo un revolucionario, y justamente por eso habla poco del tema. Hay siempre en su escritorio unos volúmenes de Lenin con tapas raídas, una selección de escritos de Marx de dudosa calidad, los dos tomos de Escritos de filosofía política de Bakunin, una colección de textos en torno al mayo del 68’ francés, y La revolución permanente. Tengo la costumbre de ojearlos cuando la conversación se pone particularmente áspera: ni tienen anotaciones, ni estan subrayados y, entre aquellos con puntos de libro, he llegado a aprender que estos raramente se mueven de la página en la que los encontrara colocados la primera vez. Si lo hacen, es caprichosamente. A veces me los he encontrado colocados en una página anterior: como si Dante los fuese variando para que yo no notara el poco uso que les daba.

En el curso normal de la conversación, volvíamos siempre de una manera u otra a hablar de Sartre; no por mucho tiempo ni como tema principal, sino como un fantasma que oficiara nuestras charlas. Creo que Dante ha sido sartreano, el más sartreano entre los sartreanos, y por eso ahora lo detesta. “¡Hay que ser imbécil! Decir que la lectura atenta excluye las imágenes, y no poder hacer otra cosa que imaginar, no los episodios del libro, sino los modos de vida del autor. Escribir sobre Genet, sobre Baudelaire o Dos Passos. Escribir sobre ellos. No sobre sus obras. ¡Qué infamia!”. Decía que a los muertos no hay que tenerles amor ni respeto y sí a las obras. Cosa que conciliaba a la perfección con su modo de leer: en varias oportunidades lo sorprendía leyendo algún libro cogido al azar, y al inquirir yo el autor ensayaba una mirada vidriosa, como si no comprendiese el significado de la pregunta. “Por otra parte,” me dijo “encuentro más interesante la postura de Kierkegaard. Un espíritu profundo no lee. Encuentra en la lectura la ocasión para desarrollar al margen, y en paralelo, su propio pensamiento. Uno olvida la letra y las imágenes y se reencuentra consigo mismo”. Continuábamos hablando de los autores que estábamos leyendo y de nuestros proyectos de escritura (Dante nunca daba más que señales ambiguas, contradictorias las más de las veces, sobre sus proyectos). Luego me iba, con esa sensación de irrealidad que siempre me supone hablar con él.

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