IV
Hay tardes en las que siento que Dante se aburre conmigo. Son tardes de silencio e incomodidad, de miradas friccionadas, que culminan con él cogiendo algún libro de una estantería, tirándose en la cama y leyendo algún pasaje al azar.
Ayer
fue una de esas tardes. Sus dedos se detuvieron, al acercarse a la biblioteca,
en un pequeño volumen de Piglia. Estuvo ojeándolo unos cuantos minutos hasta
que encontró un pasaje que creyese conveniente. Resultó ser un apunte sobre la
estética en Macedonio Fernández: “<<¿Cuál es el problema mayor del arte
de Macedonio? Las relaciones del pensamiento con la literatura>>.
El pensar, diría Macedonio, es algo que se puede narrar como se narra un viaje
o una historia de amor, pero no del mismo modo. Le parece posible que en una
novela puedan expresarse pensamientos tan difíciles y de forma tan abstracta
como en una obra filosófica, pero a condición de que parezcan falsos. <<Esa
ilusión de falsedad>>, dijo Renzi, <<es
la literatura misma>>”. Comentó que le gustaba ese
desplazamiento de la tesis a la opinión de un personaje inventado, como si a
través de ese artificio retórico se garantizase ejemplarmente la verdad de la
ilusión. Pero la literatura le sigue pareciendo en todo caso indecidible. “Justamente
por eso mismo. La filosofía asevera. Digo, la vieja, la gran filosofía. La de
Spinoza, Kant o Descartes. Lo toma a uno como sujeto de su enunciación. Por lo
que lo reta a batirla, rebatirla, contra argumentarla. Su posición, que es la
ilusión de verdad, lo fuerza a uno a tratarla de falsa. En cambio, la
literatura se escabulle. Es ficción, sí, pero ficción posible, que no enuncia
la verdad, sino una verdad, la verdad del otro.
Y todo en la literatura pasa por ese otro que uno desconoce siempre. La
literatura puede tratar pensamientos abstractos, no a condición de que sean
falsos, sino de que sean misteriosos.”
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