VI
Ayer volvimos a hablar de la barbarie. Dante había olvidado completamente su rechazo final al tema en la última conversación y hablaba con energía, casi con ilusión. Especuló sobra las barbaries productivas. No me mostré muy conforme con la supuesta productividad de las barbaries. Ignoró mis dudas y trazó una división. Le parecía que hay barbaries productivas a nivel literario –pensaba en el carácter demónico de Rogozhin, en Rogozhin esperando al príncipe Myshkin en un hueco de la escalera –, y barbaries productivas a nivel social. Aquel emperador chino que mandara a construir la gran muralla y, a la vez, mandara a quemar todos los libros anteriores a su existencia –episodios que debían tener un nexo psicológico–; o en aquel rey asirio que quiso recopilar en Nínive todos los libros del mundo, únicamente para encontrar las fórmulas con que favorecerse a los ojos de los Dioses y protegerse de sus enemigos en la corte. Afirmó que hay cierta felicidad en la barbarie más absoluta, y recitó unos versos de Ascasubi:
Vaya un delito
rabioso
cosa linda en ciertos
casos
en que anda el hambre
ganoso
de divertirse a
balazos
Dijo
luego que la historia en gran parte no es sino en gran parte una cosa bárbara
en sí misma, un gran entramado de reyertas y provocaciones, pero que estas
fuerzan justamente los acontecimientos en pos de fines superiores. Intuyo que,
en algún punto de su soliloquio –acostumbrado soliloquio–, estuvo tentado de
citar a Nietzsche, pero algo lo detuvo.
***
No
le he expuesto mis dudas acerca de su tesis del día anterior. Si he de ser
sincero, y dado que esto es un ¿diario? personal nada me lo impide, hubo algo
que me desagradó profundamente en esa charla, y no sabría decir qué. Siento un
ligero malestar con Dante, y espero sencillamente que se me pase con el correr
de los días.
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