XII
Ayer tenía la intención de trascribir alguna cosa de esa conversación que tuvimos y no acabé escribiendo nada de ella, excepto que no fue precisamente agradable. Ahora que intento poner en claro las palabras, no sé bien por dónde comenzar. Si fuera a comenzar por el principio, debería admitir que llegué un poco tarde. Me había olvidado de avisarle que tenía que pasar por la tintorería. Ese quizás fuera el detonante para la irritación de Dante. Irritación monomaníaca casi.
Se
puso a hablar de los olvidos. Algo de psicoanálisis, primero. Sobre los olvidos
sintomáticos. “El olvido, lo que es el proceso de olvidar, no es nada muy
distinto de la memoria. De hecho, el recuerdo, me refiero a aquel que siempre
puedo evocar en mi mente, encuentra su producción en el olvido. El recuerdo es
algo falso, un producto imaginario, que no conserva lo que es esencial al
recuerdo: la experiencia que lo forjó. Por esa razón, Freud nos enseña que los
lapsus, los fallidos y todo aquello que surge como corrupción en lo que
rememoramos oculta en realidad aquello que es nuestra experiencia más esencial.”
Al rato estaba intentando psicoanalizarme. Preguntas y más preguntas, bruscas y
agresivas algunas, en otras modulando a una ironía cortés pero corrosiva, junto
al desarrollo de un planteamiento bastante desagradable sobre el traje que
había ido a buscar, del que fue extrayendo, igual a como un mago extrae de su
galera un conejo tras otro, infinitas hipótesis, una más escabrosa que la otra.
“De todas formas”, contesté al fin, “todo esto valdría si hubiera tenido un
lapsus. Los olvidos que cuentan no están en las acciones que uno olvida
realizar, sino en los signos”. Lo admitió de mala gana y cambió de tema.
Hablamos sobre el tiempo y la historia. Siguió haciendo comentarios con dobleces, resentimientos. Ignorando estos, sólo consigo recordar ahora un comentario que hizo sobre las concepciones primitivas del tiempo en Mircea Eliade: “Eliade se equivoca: los pueblos primitivos no buscan borrar la historia, ni el tiempo. Los ritos con los que recrean los orígenes del mundo y los hechos de los dioses no tienen por objetivo retrotraerse al origen del mundo y borrar el paso del tiempo, por miedo a la historia. Toda pulsión en este sentido sería una pulsión negativa. Y, ya ves, la negatividad sólo existe en nosotros. En los primitivos todo es positivo. Más bien, creo yo, los ritos son participes de una historia a su manera. No hay que olvidar que siempre tienen su funcionalidad: son ritos para la siembra y para la cosecha, para la reproducción y para el alumbramiento. Por lo que no son regresivos, sino que preservan en el tiempo unos saberes cuya génesis se halla en el olvido. Es decir, en el principio de los tiempos. Es, por tanto, una forma histórica. Una mínima, sí, pero quizás la más pura: la memoria colectiva del pueblo. El recuerdo mítico de las divinidades es la contracara de la memoria en la que habita el pueblo. Los primitivos crecen y se alimentan en los espacios vivos que el rito genera y el mito permite. Sí, no se consignan fechas, ni sucesos más que la repetición de los relatos divinos. Pero en esa repetición se encuentra el embrión de otras formas de historia. Concebir, en cambio, que estos niegan la historia de la que en primer lugar no tienen consciencia es un razonamiento pobre.”

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