XXIII
“¿Y tú qué te piensas, que seguimos bajo el paradigma newtoniano? Tenemos móviles que se conectan a través de satélites colocados en el espacio, y ningún éter viene a obstruir la señal. Mi casero me contó de un nuevo prototipo que podía flexionarse o ser absolutamente rígido, comportamiento que en su vida habría imaginado Newton. Puede que Leibniz sí, pero qué más dará. ¡A la mierda con la composibilidad!” Discutíamos sobre su mundo gris. “Hace rato que sabemos que una serie de axiomas matemáticos no es demostrable a partir de sus propios axiomas.” “¿Y eso que tendrá que ver con la composibilidad?” “¿Que qué tendrá que ver? ¡Pues todo! La gran intuición de Leibniz fue entender que el esquema compositivo no es eminentemente físico, sino lógico-matemático. Por esa misma razón es traducible a distintos niveles (físico, extenso, temporal) con independencia del grado de isomorfismo que posea.” “Pero con que sea postulable ya es suficiente para tenerlo en consideración. Y su demostración ya dependerá en todo caso de Dios.” “¡Su demostración no dependerá en absoluto de Dios! La composición en el sentido en que la concebía Leibniz –variación y curvatura–, es recursiva, por lo que es indecidible de suyo.” “¡Justamente por eso es dependiente de Dios!”
Escribo
aproximadamente esta pelea con pasmo y frustración. No entiendo como hemos
llegado al punto de discutir así, especialmente porque ninguno de los dos sabe
un carajo de matemáticas.
De
toda la discusión que tuvimos hoy, más allá del enfado, sólo encuentro este
razonamiento de Dante digno de ser anotado aquí: “De Leibniz me importa mucho
más la expresión que la composibilidad. Si no recuerdo mal, en sentido
matemático lo expresivo es aquella formalización que comprehende, dentro de su
conjunto de dominio, la mayor cantidad de elementos y de la manera más definida
posible. Por lo que toda composición debe ser expresiva. Pero la formalización
de la que hablamos es una especie de lenguaje. ¿Cuál es entonces el sentido de
nuestras lenguas? Es una idea sumamente barroca: la lengua dentro de la lengua.
Es una suerte de excedente: cualquier objeto comprehendido por la composición
expresa a su manera el total de los objetos. Pero el lenguaje lo sobreexpresa.
El ser humano lo expresa de forma doble: en tanto mónada y en tanto ser de
lenguaje. La sobreexpresión pone en juego la totalidad de lo compuesto. En
alguna parte dice Leibniz que el ser humano tiende a expresar más a Dios que a
la totalidad de las cosas. Lo que implica que, siendo parte de la totalidad,
expresa sin embargo lo absoluto, que es más que la totalidad en la que está
compuesto. Por eso mismo me importa más la expresión que la composibilidad: en
la expresión, particularmente en el doble fondo de la expresión humana, se da
la tensión en que se puede verificar o falsear la verdadera fisionomía del
mundo.”
Comentarios
Publicar un comentario