XXIV



 Hemos vuelto a la barbarie. “Adorno habla de la diferencia entre razón mítica y razón ilustrada en la continencia. El bárbaro no se contiene, no aplica un dominio de sí que el hombre civilizado sí aplica. No tanto en Odiseo como en Aquiles se aprecia claramente esa diferencia: el momento más humano (en el sentido humanista del término) de Aquiles se da ante Príamo, en el que se contiene, e incluso pide al venerable anciano que no se exprese en ciertos términos para ayudarle a evitar su cólera. Depone la cólera, la contiene, y abandona esas fuerzas míticas de las que él hasta ese momento participa, como una catástrofe natural, para participar de los ritos humanos, para entregar, como es debido, el cuerpo del primogénito difunto al padre. Aquí Príamo hace también un poco de Odiseo: reconoce su impotencia al semidios y le implora clemencia. Pero en ambas actitudes la barbarie queda domesticada, no reconciliada. El movimiento de la continencia, en el caso de Aquiles, a diferencia del de Odiseo, muestra el germen de autoconsciencia sobre su propia capacidad destructiva: las primeras autodeterminaciones que comportan no sólo una autoconsciencia, sino que también junto a ella la definición positiva de una personalidad. La barbarie no es sólo el abandono absoluto a las fuerzas míticas: es también el ser humano viéndose a sí mismo desde lo genérico, desde la falta absoluta de consciencia y de determinación, sobre sus rasgos particulares. La continencia puede encontrar, desde la otra punta de la historia, grados de barbarie semejantes, como algunos poetas expresionistas lo demuestran.” Citó unos versos de Wilhelm Klemm:

    Mi corazón es amplio como Alemania y Francia reunidas.

    Y lo atraviesan todas las balas del mundo.

    La batería levanta su voz de león.

    Una y seis veces. Silencio.

    En los lejos hierve la infantería.

    Durante días. Durante semanas también.

***

Una explicación ulterior que ha realizado hoy a su tesis sobre la expresión: “La tensión del lenguaje, el nudo que supone, sólo puede comprobarse en su límite expresivo. Lo que Leibniz llama Característica Universal: la composición de un lenguaje que sea capaz de sostener en cada símbolo que emplee la relación de ese símbolo con la totalidad en que está sostenido. Pero este límite es en cierto modo indecidible, por lo cual su verificación recae finalmente en una decisión. Pues si el lenguaje se acerca infinitamente a la Característica sin llegar nunca a ella, entonces el límite al que tiende es infinito, y ya no se trata de la totalidad, sino de Dios, por lo que el lenguaje está más allá de lo expresivo (pues Dios no es expresable en ningún tipo de formalización). Y si es capaz de superar ese límite entonces el límite es el de la expresión de la totalidad, pero, en tanto límite, superarlo implica un salto discreto en el que el lenguaje se coloca por fuera de lo compuesto y es otra cosa. Son dos paradojas: o lo expresivo es inexpresivo (primer caso) o lo que expresa y lo expresado son cosas irreconciliablemente distintas (segundo). Por lo que el límite plantea la diferencia interna de la expresión. Y digo que las dos paradojas son indecidibles no porque lo sean respecto a sí mismas, sino en relación a la totalidad como composición expresiva, en tanto son la expresión de esa expresión. Pues la expresión de la expresión no podría en ningún caso expresarla, ni, por lo tanto, demostrarla.”

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